«Joyas de España»: Córdoba, ciudad de pétalos y memoria

Córdoba no necesita artificios: le basta un puñado de geranios, el timbre de una guitarra y la cal encendida de sus paredes para recordarnos que la belleza, cuando es compartida, dura más que un pétalo lanzado al viento. Hoylunes —y cada día de mayo— ese viento sopla desde el Guadalquivir y nos invita a dejarnos llevar.

 

Por Ehab Soltan

HoyLunes – Córdoba despierta cuando la luz roza la cal y el olor a azahar se cuela por los postigos. En la mañana tibia del 1 de mayo de cada año, la ciudad parece recordar todos sus nombres —romana, judía, musulmana, cristiana— y los reúne en un solo gesto: el de ofrecer flores. Porque aquí las flores son lenguaje, promesa, testigo de un tiempo que retorna cada primavera para narrar, sin palabras, la obstinada alegría de vivir.

Cuando abril se inclina sobre mayo, un rumor floral serpentea por las calles. Carrozas cubiertas de claveles avanzan entre vítores; sobre ellas, muchachas vestidas de lunares dibujan arcos invisibles y lanzan puñados de pétalos que flotan un segundo en el aire y estallan contra la piedra antigua. Es la «Cabalgata de las Flores», un carrusel breve que, sin embargo, abre la compuerta de un mes entero de celebraciones. La ciudad, entonces, se declara oficialmente en estado de fiesta.

Cruces de Mayo. 30/04/2025. Fiestas en Córdoba | spain.info
1–3 de mayo – Cruces de Mayo – Plazas y rincones compiten por erigir la cruz floral más creativa. Las peñas sirven vino Montilla‑Moriles mientras suenan sevillanas.

Mayo en tres actos

Primer acto: Cruces de Mayo. Surgen en plazuelas y solares como milagros geométricos: cruces cubiertas de flor viva, rodeadas de barras improvisadas donde el vino Montilla‑Moriles conversa con el repique de unas palmas. La noche se enciende de faroles y la madrugada se alarga al compás de sevillanas que se saben de memoria los adoquines.

Segundo acto: Festival de los Patios. Las puertas se abren y el interior doméstico se vuelve escenario. Cada patio es un mundo diminuto donde geranios, jazmines y begonias se revelan en vertical, trepan por muros encalados y fabrican un cielo propio. El visitante baja la voz instintivamente, como quien entra en un santuario: lo que allí sucede es un culto cívico a la belleza cotidiana, declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad para que nunca falte agua en las macetas de la memoria.

Tercer acto: Feria de la Salud. El Guadalquivir recoge el eco de las guitarras y lo lleva río abajo. El recinto ferial de El Arenal vive otra liturgia: farolillos, trajes flamencos, rebujito fresco y un polvo de albero que se adhiere al alma. De día, caballos engalanados; de noche, luminarias que dibujan constelaciones fugaces sobre un cielo sin sueño.

Basta avanzar unos pasos para cruzar siglos. El Puente Romano enmarca la Mezquita‑Catedral, donde las columnas se multiplican como troncos de un bosque petrificado. En la Judería, la Calleja de las Flores ofrece su postal favorita: un racimo de macetas azules trepando hasta el campanario, un retazo de horizonte que cabe en una mano. Más allá, el barrio de San Basilio guarda patios que respiran hondo incluso en invierno; dicen que allí las paredes escuchan y que cada maceta conoce el nombre de quien la riega.

«Festival de los Patios» Vecinos abren a la visita sus casas, convertidas en mareas de macetas y jazmines.

No se puede hablar de flores sin hablar de boca. El salmorejo es pétalo triturado de tomate, espeso y suave como siesta de verano. Las berenjenas a la miel recuerdan que en la cocina andalusí la dulzura y la brasa se daban la mano sin pudor. Y el rabo de toro, lento y oscuro, lleva en su carne una épica de corrales y plazas que ya es literatura de cuchara.

Al caer la tarde, Córdoba se vacía un poco de turistas y se llena de sí misma. El perfume a dama de noche se confunde con el incienso que escapa de alguna capilla. Los pétalos que esta mañana volaban ahora descansan sobre la piedra; su frescura dura lo justo para que entendamos la lección: la belleza es siempre asunto delicado y pasajero, pero mientras exista alguien dispuesto a lanzar una flor al aire, habrá un futuro que celebrar.

Y así, con cada primavera, Córdoba firma su pacto con la vida: convertir la historia en fiesta, la cal en lienzo y la flor en palabra. Una palabra que dice —sin decir— que la alegría también se hereda.

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